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En sentido cristiano es la pública manifestación de la propia fe, con la vida y con la palabra. Cuando la ocasión llega es preciso estar dispuesto a confesar la fe con valor y claridad, incluso hasta llegar al riesgo del dar la vida por esa confesión.
El cristianismo ha tenido siempre especial veneración ante el martirio. Y es debido al explícito mensaje de Jesús en el Evangelio: "Al que me confesare delante de los hombres yo le reconoceré delante de mi Padre; y al que me negare delante de los hombre, yo le negaré ante mi Padre." (Mt. 10 33 y Lc. 12. 9)
Por eso, la autenticidad de la fe reclama una confesión ocasional cuando el caso llega, pero sobre todo la pública y permanente confesión con la propia vida. El testimonio de la fe es una de las implicaciones del mensaje evangélico.
Un criterio excelente de educación cristiana es formar al creyente para que no oculte su fe, sino que las manifieste con más o menos decisión, pero siempre sin cobardía. Los respetos humanos, el laicismo práctico, la timidez son señales de fe débil.
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